Si es un niño, el hijo no termina nunca de sorprender a la madre, de asombrarla.
Pueden enriquecerse mutuamente, ella estimulando su coraje y su voluntad y él aprendiendo a ser más tolerante y solidario.
Si es una niña, a veces se tiene la impresión de que es el reverso de la medalla.
Por eso, aunque a menudo se muestren en desacuerdo, llegan a no poder estar la una sin la otra.